Esculturas salvajes
La escultura es un término clásico para definir las expresiones que se manifestaron volumetricamente a través de materiales “nobles” para representar con maestría alguna alegoría figurativa. Por mucho tiempo se consideró a la escultura como un medio público y civil (iglesias y ciudades) que, a pesar de no ser evidente, demostró un carácter de poder. Las esculturas pertenecen a las ciudades y a la sociedad, en esos momentos clásicos, nunca a la naturaleza.
Siglos pasaron para repensar el arte y llegar a la modernidad, y pese a que se regresó a la naturaleza como un instinto de libertad, ella permaneció intacta, aún teníamos mucho verde. Toda producción escultórica siguió en ciudades, museos y casas; siguió en cautiverio, culpable de ser una herramienta de identificación o pecadora de un carácter abstracto estético bien logrado.
El motín simultáneo que sucedió entre los 60 y 70 liberó a la escultura con una nueva familia, los campos expandidos del arte y la instalación total, tomó una nueva identidad y una cara al mundo; Rossalin Krauss, Ilya Kabakov, Roberth Smithson, Nancy Holt y todos los Povera nos acercaron a una experiencia sobre la naturaleza ya en contraste con la ciudad “moderna” no de la manera romántica.
De las referencias occidentales debemos entender que solo Kabakov, describió sin querer nuestra Latinoamérica de los 90 desde sus primeros textos sobre los vestigios de la Unión Soviética. Relata una necesidad (genética) de aprovechar los materiales, objetuales y culturales, para la construcción de una historia ficcional siempre desde la realidad, una situación sin tiempo, algo que acaba de suceder, que esta pasando y que esta por ocurrir. Y que ese fenómeno es de experiencia individual.
Abracemos que estos años han sido de desconcierto pues aceptamos que aquello que la modernidad prometió no llegará y que las acciones individuales también son importantes.
Trabajar el monte (no solamente el de fuera de la ciudad), el terreno baldío, el patio trasero es también un acto de resistencia. Pensemos en cavernícolas con herramientas, en arqueólogos autodidactas, en naturalistas de ciudad. Observadores, recolectores, coleccionistas y accionistas de nuestro material “pobre” y vulgar.
Con carácter distópico de estos momentos y la incertidumbre como sociedad obliga a preservar, reparar y reconfigurar nuestros objetos. Tenemos la necesidad primordial de transformar cosas, la mayoría de las veces con una intención funcional, pero ¿Qué sucede cuando la manipulación no tiene el fin de solucionar un problema?, el resultado se convierte en un ensamble de objetos que por su “naturaleza” no debieran estar juntos y es ahí cuando nos enfrentamos a un fenómeno tridimensional.
La complejidad del fenómeno tridimensional, es tratar de entender elementos sin vínculo que ahora por circunstancias especificas coexisten como unidad durante un tiempo determinado.
En las esculturas salvajes inmobiliarias podemos distinguir los verdaderos destellos de esta problematización: el encuentro, conservación, selección y transformación del cascajo endémico y minería urbana. Con honesta intención Mauricio deja presenciar conjuntos volumétricos de ramas, piedras, plásticos y árboles en situaciones particulares que solo puedo describir como un fallo de realidad, que ya no se pueden acotar de la manera clásica como escultura, y ahora nos comparte como una situación tridimensional.
Si tuviéramos que definir el quehacer de este proyecto, y de vario de la producción actual, sería la capacidad de prever configuraciones posibles e intentar materializarlas al punto más cercano de su permanencia.
A veces lo más inteligente (siempre ha sido) es voltear a ver la naturaleza.
eugenioe.
Esculturas salvajes
La escultura es un término clásico para definir las expresiones que se manifestaron volumetricamente a través de materiales “nobles” para representar con maestría alguna alegoría figurativa. Por mucho tiempo se consideró a la escultura como un medio público y civil (iglesias y ciudades) que, a pesar de no ser evidente, demostró un carácter de poder. Las esculturas pertenecen a las ciudades y a la sociedad, en esos momentos clásicos, nunca a la naturaleza.
Siglos pasaron para repensar el arte y llegar a la modernidad, y pese a que se regresó a la naturaleza como un instinto de libertad, ella permaneció intacta, aún teníamos mucho verde. Toda producción escultórica siguió en ciudades, museos y casas; siguió en cautiverio, culpable de ser una herramienta de identificación o pecadora de un carácter abstracto estético bien logrado.
El motín simultáneo que sucedió entre los 60 y 70 liberó a la escultura con una nueva familia, los campos expandidos del arte y la instalación total, tomó una nueva identidad y una cara al mundo; Rossalin Krauss, Ilya Kabakov, Roberth Smithson, Nancy Holt y todos los Povera nos acercaron a una experiencia sobre la naturaleza ya en contraste con la ciudad “moderna” no de la manera romántica.
De las referencias occidentales debemos entender que solo Kabakov, describió sin querer nuestra Latinoamérica de los 90 desde sus primeros textos sobre los vestigios de la Unión Soviética. Relata una necesidad (genética) de aprovechar los materiales, objetuales y culturales, para la construcción de una historia ficcional siempre desde la realidad, una situación sin tiempo, algo que acaba de suceder, que esta pasando y que esta por ocurrir. Y que ese fenómeno es de experiencia individual.
Abracemos que estos años han sido de desconcierto pues aceptamos que aquello que la modernidad prometió no llegará y que las acciones individuales también son importantes.
Trabajar el monte (no solamente el de fuera de la ciudad), el terreno baldío, el patio trasero es también un acto de resistencia. Pensemos en cavernícolas con herramientas, en arqueólogos autodidactas, en naturalistas de ciudad. Observadores, recolectores, coleccionistas y accionistas de nuestro material “pobre” y vulgar.
Con carácter distópico de estos momentos y la incertidumbre como sociedad obliga a preservar, reparar y reconfigurar nuestros objetos. Tenemos la necesidad primordial de transformar cosas, la mayoría de las veces con una intención funcional, pero ¿Qué sucede cuando la manipulación no tiene el fin de solucionar un problema?, el resultado se convierte en un ensamble de objetos que por su “naturaleza” no debieran estar juntos y es ahí cuando nos enfrentamos a un fenómeno tridimensional.
La complejidad del fenómeno tridimensional, es tratar de entender elementos sin vínculo que ahora por circunstancias especificas coexisten como unidad durante un tiempo determinado.
En las esculturas salvajes inmobiliarias podemos distinguir los verdaderos destellos de esta problematización: el encuentro, conservación, selección y transformación del cascajo endémico y minería urbana. Con honesta intención Mauricio deja presenciar conjuntos volumétricos de ramas, piedras, plásticos y árboles en situaciones particulares que solo puedo describir como un fallo de realidad, que ya no se pueden acotar de la manera clásica como escultura, y ahora nos comparte como una situación tridimensional.
Si tuviéramos que definir el quehacer de este proyecto, y de vario de la producción actual, sería la capacidad de prever configuraciones posibles e intentar materializarlas al punto más cercano de su permanencia.
A veces lo más inteligente (siempre ha sido) es voltear a ver la naturaleza.
eugenioe.